El quebrantamiento y la disciplina

Predicaciones, enseñanzas, consejos y estudios para que tengas un vigoroso creciemiento espiritual

POR WATCHMAN NEE - LA LIBERACIÓN DEL ESPÍRITU

CAPITULO 6

  1. La importancia del quebrantamiento
  2. Antes y después del quebrantamiento
  3. Nuestras ocupaciones
  4. Cómo conocer al hombre
  5. La iglesia y la obra de Dios
  6. El quebrantamiento y la disciplina
  7. La separación que efectúa la revelación
  8. La impresión que deja el Espíritu
  9. El resultado del quebrantamiento


EL QUEBRANTAMIENTO Y LA DISCIPLINA

LA CONSAGRACION Y LA DISCIPLINA

Es indispensable una absoluta consagración al Señor para que el hombre exterior sea quebrantado. La consagración por sí sola no resuelve todos los problemas; solamente expresa nuestra disposición a rendir nuestra vida incondicionalmente a Dios. La consagración constituye sólo el comienzo de nuestra jornada y es el primer paso que damos en un momento de decisión, cuando tomamos la firme determinación de entregarnos sin reservas al Señor. No significa que con ella Dios concluya Su obra en nosotros; más bien, la inicia. Tampoco es una garantía de que Dios nos usará grandemente, porque después de ella, todavía tenemos por delante una larga jornada de disciplina de parte del Espíritu Santo. Es crucial que esta disciplina se añada a nuestra consagración, porque en gran parte depende de ello que seamos vasos útiles al Señor. Por lo tanto, debemos cooperar consagrándonos, pues si no lo hacemos, le sería difícil al Espíritu Santo aplicar Su disciplina.
Hay una gran diferencia entre la consagración y la disciplina del Espíritu Santo. Cuando consagramos nuestro ser al Señor, lo hacemos de acuerdo con la escasa luz que recibimos; pero cuando el Espíritu Santo nos disciplina, lo hace según Su propia luz, la cual nos imparte abundantemente. Al consagrarnos, lo hacemos basándonos en nuestra escasa visión espiritual, y ésa es la razón por la cual no alcanzamos a comprender cabalmente lo que nuestra consagración implica. La luz que recibimos es tan limitada que cuando creemos estar en la cumbre de la consagración y bajo la luz más gloriosa, a los ojos de Dios todavía estamos en tinieblas. Es por eso que lo que consagramos a Dios según nuestra luz, jamás satisface Sus requisitos ni complace Su corazón. Pero la disciplina del Espíritu Santo es totalmente diferente; nos calibra bajo la luz divina, según lo que Dios ve, no según lo que nosotros percibimos. El sabe exactamente lo que necesitamos y por medio de Su Espíritu prepara las circunstancias precisas para producir el quebrantamiento de nuestro hombre exterior. Por lo tanto, podemos decir que la obra disciplinaria del Espíritu Santo trasciende enormemente nuestra consagración.
La obra del Espíritu Santo se basa en la luz de Dios y se determina por Su perspectiva. Por eso decimos que es mucho más profunda y completa que nuestra consagración. Muchas veces nos sorprendemos ante las situaciones que se nos presentan y reaccionamos equivocadamente. Por lo general, lo que creemos más conveniente no es lo mejor a los ojos de Dios. Desde nuestra perspectiva sólo alcanzamos a ver una pequeña parte del panorama completo. Sin embargo, el Espíritu Santo prepara las situaciones que nos rodean, en conformidad con la luz de Dios. La disciplina del Espíritu Santo va mucho más allá de lo que nuestro intelecto puede comprender. En ocasiones hay golpes que nos toman por sorpresa, y no nos sentimos preparados para recibirlos; nos parece que son muy severos y repentinos para nuestra condición. Gran parte del quebrantamiento del Espíritu Santo nos llega sin previo aviso y, por ende, en ocasiones, podemos ser sacudidos por un golpe inesperado. Tal vez creamos estar bajo la iluminación de la luz divina, pero para Dios aquello es sólo una luz tenue y vacilante, y en ocasiones, ni siquiera eso. Aunque creemos conocer a fondo nuestra condición, no es así; es por eso que el Espíritu Santo nos disciplina en conformidad con la luz divina. Desde el momento en que fuimos salvos, Dios ha venido planeando y ordenando todas nuestras situaciones con el fin de traernos el mayor beneficio, pues sólo El sabe lo que verdaderamente somos y lo que necesitamos.
La obra del Espíritu Santo en nosotros tiene un aspecto positivo y uno negativo. El primero edifica, y el segundo derriba. El Espíritu Santo mora en nosotros desde que fuimos regenerados; pese a ello nuestro hombre exterior lo restringe. Esto es semejante a un hombre que calza zapatos nuevos; los siente tan duros y apretados que le es difícil caminar con ellos. El hombre exterior le ocasiona tantas dificultades al hombre interior que éste no puede controlarlo. Es por eso que Dios ha venido quebrantando nuestro hombre exterior desde el mismo día en que fuimos salvos, y lo hace de acuerdo con Su sabiduría, no según lo que nosotros pensamos que necesitamos o que nos conviene. El siempre descubre nuestra tenacidad y todo lo que no esté sometido al hombre interior, y precisamente ahí descarga Su disciplina con toda sabiduría.
La estrategia del Espíritu Santo al enfrentar al hombre exterior, no es fortalecer al hombre interior ni proporcionarle gracia para que éste lo enfrente. No quiero decir con esto que el hombre interior no necesite ser fortalecido, sino que la estrategia de Dios es diferente. Esta consiste en minar la fuerza del hombre exterior por medio de las situaciones externas. Al hombre interior le es difícil enfrentar y someter al hombre exterior, pues éstos tienen naturalezas diferentes. La naturaleza del hombre exterior corresponde a la del mundo exterior, y es por eso que todo lo externo lo afecta, lo oprime, lo golpea y puede derrotarlo fácilmente. Así que, Dios se vale de las situaciones externas para quebrantarlo.
En Mateo 10:29 dice: "¿No se venden dos pajarillos por un asarion?" Y en Lucas 12:6 leemos: "¿No se venden cinco pajarillos por dos asariones?" Con un asarion se compraban dos pajarillos, y con dos asariones, cinco. Esta es una ganga. El quinto pajarillo lo daban gratis. Con todo, "ni uno de ellos cae a tierra sin vuestro Padre" (Mt. 10:29). Además, la Escritura dice: "Pues aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados" (Mt. 10:30). Esto nos muestra que todo lo que le sucede al creyente ha sido dispuesto por Dios. Nada nos sucede por simple casualidad. Dios desea que nos demos cuenta que todo está bajo Su providencia.
Dios dispone todas las circunstancias conforme a lo que El sabe que necesitamos. El sabe qué es lo mejor para nuestro hombre interior, y cuál es la mejor manera de quebrantar y deshacer nuestro hombre exterior. El sabe perfectamente cuáles circunstancias quebrantan al hombre exterior; y por consiguiente hace que eso mismo nos sobrevenga una vez, dos veces o las que sean necesarias. Tenemos que entender que todo lo que nos ha acontecido durante los últimos cinco o diez años, fue ordenado por Dios con el fin de instruirnos. Si murmuramos contra otros o pensamos que lo que nos acontece es una mala racha o mala suerte, no tenemos idea de lo que es la disciplina del Espíritu Santo. Recordemos que todo lo que nos sucede ha sido calculado por Dios y redunda en nuestro bien. Tal vez no sea de nuestro agrado, pero Dios sabe que aquello es lo mejor que nos puede pasar. Basta pensar un poco en las aflicciones que podríamos haber sufrido si Dios no nos hubiera golpeado y si no nos hubiese puesto en las circunstancias en las que nos puso. Son éstas las que nos han mantenido puros y en el camino del Señor. Pero muchas personas no se someten a la disciplina del Espíritu Santo, pues neciamente murmuran y se resienten en su corazón. No olvidemos que todo lo que nos acontece ha sido medido por el Espíritu Santo, quien sólo busca nuestro bien y lo mejor para nosotros.
Cuando un hombre es salvo, el Espíritu Santo empieza inmediatamente a trabajar en él. Al principio, el Espíritu no encuentra plena libertad para obrar, hasta que llega el día en que el nuevo creyente es motivado a consagrarse al Señor. Quisiera recalcar el hecho de que desde el mismo día en que uno es regenerado, el Espíritu Santo comienza Su obra disciplinaria en uno, pero sólo cuando uno se consagra plenamente le da completa libertad para que aplique Su disciplina. Por lo general, después de que uno es salvo y antes de consagrarse, transcurre un tiempo en el que uno todavía se ama más a sí mismo que al Señor y por eso se resiste a cederle absoluto control de su vida. No podemos decir que durante ese lapso el Espíritu Santo no aplique ninguna disciplina, pero sí que Su esfuerzo se concentra en disponer las circunstancias para atraernos más a Dios y quebrantar nuestro hombre exterior. Finalmente, el creyente es iluminado por Dios y decide consagrarse al Señor, pues entiende que no debe seguir viviendo para sí mismo. Y aunque tal vez la luz que percibe sea débil, es suficiente para acudir a Dios y decirle: "Me consagro a Ti. No importa si me espera la muerte o la vida, te rindo todo mi ser". Desde ese momento el Espíritu Santo recibe plena libertad para actuar, e intensifica Su tratamiento en él. Por eso es tan importante consagrarse. Es muy probable que después de consagrarnos nos sobrevengan diversas pruebas, pues ya nos hemos entregado incondicionalmente al Señor. Ya le hemos dicho al Señor: "Señor, haz en mí lo que mejor te parezca". Puesto que nos hemos consagrado de este modo, el Espíritu Santo puede moverse en nosotros sin hallar resistencia de nuestra parte. Por consiguiente, independientemente del grado de nuestra consagración, debemos prestar especial atención a la obra disciplinaria del Espíritu Santo.

LA MEJOR FORMA DE RECIBIR GRACIA

Desde el primer día que una persona es salva, Dios empieza Su obra de edificación en ella, al impartirle Su gracia. La gracia de Dios puede ser suministrada de muchas maneras. Podemos llamar a estas maneras los medios para recibir gracia. Por ejemplo, orar es un medio para recibir gracia, porque podemos acudir a Dios y recibir gracia allí. Escuchar mensajes es otro medio por el cual recibimos la gracia de Dios. Estos se pueden describir como "medios por los cuales se recibe gracia", o simplemente "medios de gracia". La iglesia ha usado esta expresión por siglos. Estos medios son canales que Dios usa para brindarnos Su gracia. Desde el comienzo de nuestra vida cristiana hasta hoy, hemos recibido mucha gracia por muchos medios: las reuniones, los mensajes de la Palabra, la oración, entre otros. Pero quisiera hacer énfasis en el medio más eficaz por el cual recibimos la gracia y el cual no debemos desatender; me refiero a la disciplina del Espíritu Santo. Este es el principal medio de gracia para todo creyente. Ningún otro se le puede comparar: ni la oración, ni el estudio de la Palabra, ni las reuniones, ni escuchar mensajes, ni esperar, ni meditar en el Señor, ni alabarle. Ninguno de éstos es tan importante como la disciplina del Espíritu Santo, la cual es el medio por excelencia que nos trae gracia.
Si revisamos nuestra experiencia con respecto a los diferentes canales por los cuales recibimos la gracia, nos daremos una idea de cuánto hemos avanzado con Dios. Si nuestro progreso espiritual sólo se basa en la oración, los sermones y la lectura de las Escrituras, nos hemos desviado del principal medio por el cual recibimos gracia. Todo lo que experimentamos diariamente con nuestra familia, en la escuela, en el trabajo o en la rutina diaria, ha sido preparado por el Espíritu Santo para nuestro beneficio. Si no lo aprovechamos y permanecemos ignorantes y cerrados a este canal de la gracia, sufriremos una enorme pérdida. La disciplina del Espíritu Santo es crucial, puesto que es el principal medio por el que recibimos gracia durante toda la vida cristiana. La disciplina del Espíritu Santo no puede ser reemplazada por el estudio de la Palabra, la oración, las reuniones, ni por ningún otro medio de gracia. Por supuesto, debemos orar, estudiar la Biblia, escuchar mensajes y utilizar estos medios, pues todos son valiosos e indispensables; pero ninguno de ellos puede reemplazar a la disciplina del Espíritu Santo. Si no aprendemos las lecciones básicas, no podemos ser creyentes apropiados ni podremos servir a Dios. Escuchar mensajes puede nutrir nuestro ser interior; orar puede avivarnos interiormente; leer la Palabra de Dios puede reconfortarnos; y ayudar a otros puede liberar nuestro espíritu. No obstante, si nuestro hombre exterior no ha sido quebrantado, otros verán contradicciones en nosotros, y notarán que nuestro corazón no es muy puro. Por un lado, detectarán nuestro celo; pero por otro, percibirán un conflicto de intereses. Por una parte, verán que amamos al Señor, pero también verán que aún nos amamos a nosotros mismos. Podrán decir: "Este es un hermano querido" y añadirán: "Pero algo necio". Esto sucederá si nuestro hombre exterior no ha sido quebrantado. Así, aunque la oración, los mensajes y la lectura de la Biblia nos edifican, la más grande edificación proviene de la disciplina del Espíritu Santo.
Debemos cooperar con Dios consagrándonos totalmente, pero no debemos suponer que la consagración puede reemplazar la disciplina del Espíritu Santo. La función de la consagración es proporcionar al Espíritu de Dios la oportunidad de trabajar en nosotros sin impedimento. Debemos orar así: "Señor, me entrego en Tus manos y te cedo mi vida para que obres sin obstáculos en mí y me des lo que Tú veas necesario". Si nos sujetamos a lo que el Espíritu Santo ha dispuesto, indudablemente cosecharemos el beneficio. El simple hecho de someternos nos traerá mucho provecho espiritual. Pero si en lugar de tomar esta actitud, argumentamos con Dios y hacemos nuestra propia voluntad, erraremos el camino. Lo más crucial es que nos consagremos al Señor incondicionalmente y sin reservas. Una vez que entendamos que todas las situaciones que nos rodean fueron ordenadas por Dios, y que aun las que nos parecen más desagradables nos benefician, seremos dóciles a Su disciplina y veremos obrar al Espíritu Santo en nosotros de muchas maneras.

QUEBRANTADOS DESDE TODOS LOS ANGULOS

Cada persona tiene debilidades diferentes o está atada por un asunto en particular. Dios irá eliminando específicamente cada una de esas ataduras. Inclusive, asuntos tan triviales como la comida o el vestido no escaparán de la corrección minuciosa de Dios. Su trabajo es tan detallado que no pasará por alto ni el más mínimo detalle. Tal vez seamos atraídos por algo de lo cual no estamos conscientes, pero Dios lo sabe y se encargará de manifestarlo. Solamente cuando El quite todo esto de nosotros, nos sentiremos completamente libres. Por medio de la obra detallada del Espíritu Santo llegaremos a valorar lo detallada que es Su obra. Aun lo que se nos escapa y ya hemos olvidado, el Señor lo traerá a cuentas; nada se le escapará. Su trabajo es perfecto, y no se detendrá ni quedará satisfecho hasta que satisfaga Sus propios requisitos. Muchas veces Dios nos disciplina por medio de otras personas. Nos rodea de personas que nos resultan insoportables, o a las cuales envidiamos o menospreciamos. En numerosas ocasiones también utiliza personas que estimamos, para darnos las lecciones que nos hacen falta. Antes de pasar por estas experiencias no podemos ver lo sucios e impuros que somos. Pensamos que nos hemos consagrado por completo al Señor, pero después de pasar por la disciplina del Espíritu Santo, nos damos cuenta hasta qué grado las cosas externas nos atan y cuánta impureza todavía tenemos.
Otro aspecto de nuestra vida que el Señor toca es nuestro intelecto. Por lo general, nuestros pensamientos son confusos, naturales, independientes e incontrolados. Nos creemos muy astutos, pensamos que todo lo sabemos y que tenemos una mente superior a la de los demás. Entonces el Señor permite que cometamos error tras error y que tropecemos una y otra vez, con el fin de mostrarnos que nuestros pensamientos no son confiables. Una vez que recibamos Su gracia en este respecto, temeremos a nuestros pensamientos como tememos al fuego. De la misma manera que retiramos la mano del fuego, huiremos de ellos y nos diremos: "No debo pensar así; temo a mis pensamientos". Otras veces Dios se ocupa de nuestras emociones y hace que pasemos por ciertas situaciones. Algunos hermanos tienen afectos muy activos. Cuando están contentos dan rienda suelta a su gozo, y cuando están deprimidos no encuentran consuelo. Todo su ser gira en torno a sus emociones. Cuando están tristes, nadie puede alegrarlos; pero cuando están alegres, nada les hace recobrar la sobriedad. Sus afectos los controlan a tal grado que su alegría se vuelve alboroto y su tristeza los arrastra a la pasividad. Sus emociones son su vida, y son tan manipulados por ellas que las justifican. Es por eso que Dios tiene que intervenir y regularlos por medio de las circunstancias. Les prepara situaciones tales que no se atreven ni a alegrarse ni a deprimirse en exceso. En consecuencia, aprenden a no vivir por sus emociones, sino por la gracia y la misericordia de Dios.
Aunque la debilidad más común de muchos tiene que ver con sus pensamientos y sus emociones, el problema principal de la gran mayoría radica en su voluntad. Las emociones y los pensamientos muchas veces son un problema debido a que la voluntad no ha sido tocada por Dios. En realidad, la raíz del problema reside en la voluntad. Algunos se atreven a decir con mucha facilidad: "Señor, no se haga mi voluntad, sino la tuya". Pero cuando atraviesan experiencias difíciles, ¿cuántas veces le permiten realmente al Señor encargarse de la situación? Cuanto menos se conocen a sí mismos más fácil se les hace hablar así, y cuanto menos luz divina tienen más capaces se creen de obedecer a Dios sin ningún problema. Los que se jactan sólo muestran que no han pagado el precio del quebrantamiento. Los que declaran estar muy cerca del Señor, muchas veces son los que se encuentran más alejados de El y más carecen de luz. Sólo después de recibir la disciplina del Señor reconocen cuán necios son y cuán llenos de conceptos están, pues antes siempre se habían creído muy acertados en sus opiniones, sentimientos, métodos, puntos de vista y en sus mismas personas. Veamos cómo el apóstol Pablo obtuvo la gracia de Dios al respecto. Filipenses 3:3 es el versículo que más claramente presenta esto: "No teniendo confianza en la carne". Pablo aprendió que la carne no era nada confiable. Tampoco debemos confiar en nuestros propios juicios. Tarde o temprano Dios nos guía a reconocer que nuestros juicios tampoco son dignos de fiar. Dios permitirá que cometamos error tras error hasta que, humillados, confesemos: "Mi vida pasada está llena de errores; mi vida actual también y en el futuro seguramente me seguiré equivocando. Señor, necesito Tu gracia". Con frecuencia el Señor permite que nuestros juicios nos acarreen graves consecuencias. Casi siempre que emitimos un juicio sobre algún asunto, resulta equivocado. Aún así, damos nuestra opinión una vez más. En otros casos, el error es tan terrible que no podemos recuperar lo perdido. Finalmente quedamos tan golpeados por nuestros fracasos que cuando se nos pide juzgar otro caso, decimos: "Temo a mis propios juicios como al fuego del infierno, pues mis juicios, mis opiniones y mi conducta están llenos de errores. Señor, tengo la tendencía de cometer errores, pues soy un simple ser humano lleno de equivocaciones. A menos que Tú tengas misericordia de mí, me lleves de la mano y me guardes, me seguiré equivocando". Cuando oramos así, nuestro hombre exterior empieza a desmoronarse y no nos atrevemos a confiar en nosotros mismos. Por lo general, nuestros juicios son imprudentes, precipitados y necios. Pero después de que Dios nos quebranta vez tras vez, y después de que pasamos por toda clase de fracasos, diremos humildemente: "Dios, no me atrevo siquiera a pensar ni a tomar decisiones por mi cuenta". Esto es lo que produce en nosotros la disciplina del Espíritu Santo después de trabajar en nosotros valiéndose de las circunstancias y las personas.
La disciplina del Espíritu Santo es una lección que nunca va a disminuir en nosotros. Tal vez pueda escasear el ministerio de la Palabra u otros medios de gracia, pero el medio principal por el cual recibimos gracia nunca faltará. La provisión de la palabra puede variar de acuerdo con las limitaciones o con circunstancias diversas, pero no la disciplina del Espíritu Santo, pues las circunstancias en lugar de limitarla, la realzan más. También es posible que en ocasiones digamos que no tenemos oportunidad de escuchar mensajes, pero nunca podremos decir que no tenemos oportunidad de obedecer la disciplina del Espíritu Santo. Nos puede faltar enseñanza de la palabra, pero no enseñanza del Espíritu Santo, pues éste prepara cada día oportunidades para que recibamos Sus lecciones.
Debemos entender claramente que si rendimos nuestra vida a Dios, El nos dará gracia por un medio más efectivo que la ministración de la palabra, a saber: la disciplina del Espíritu Santo. No debemos pensar que la suministración de la palabra es el único medio para recibir gracia, pues no olvidemos que el canal principal para que fluya la gracia es la disciplina del Espíritu Santo. Esta es el medio de gracia por excelencia y no sólo está disponible para los más cultos, perspicaces o sobresalientes, pues no hace acepción de personas ni favorece a nadie en particular. Todo hijo de Dios que se ha entregado incondicionalmente al Señor, es objeto de la disciplina del Espíritu Santo. Por medio de tal disciplina, aprendemos muchas lecciones prácticas. No debemos pensar que es suficiente tener el ministerio de la palabra, la gracia de la oración, la comunión con otros creyentes y los demás medios de gracia, pues ninguno de ellos puede reemplazar la disciplina del Espíritu Santo. Esto se debe a que necesitamos no sólo que algo sea edificado, sino también que algo sea derribado, a saber: todo lo que hay en nosotros que no pertenece a la esfera de la eternidad.

LA APLICACION PRACTICA DE LA CRUZ

La cruz no es una simple doctrina, pues tiene que ser aplicada en la práctica; debe ser una realidad para nosotros. De hecho, es la cruz la que destruye todo lo que pertenece a nuestro yo. Después de recibir golpe tras golpe, cuantas veces sea necesario, somos libres de la arrogancia y nos volvemos sencillos. Esto no se logra sólo recordando que debemos ser humildes y rechazar nuestra arrogancia, pues tal negación no durará más de cinco minutos. La manera de deshacer definitivamente el orgullo es la disciplina de Dios. Por más orgullo que tengamos al principio, después de recibir los golpes de Dios una y otra vez, la arrogancia empieza a disminuir y se torna en humildad. Nuestro hombre exterior no puede ser derrotado por ninguna doctrina, enseñanza o buen propósito; sino solamente por la corrección de Dios y la disciplina del Espíritu Santo. Después de recibir una buena dosis de disciplina, el hombre espontáneamente deja su orgullo. Eliminar el orgullo y derrotarlo no depende de nuestra memoria ni de nuestra decisión, ni de que escuchemos un mensaje sobre la negación ni de que nos esforcemos por seguir una enseñanza. Unicamente por la cruz el hombre exterior llegará a aborrecer su condición y a temerle como al fuego del infierno. Nuestra vida depende de la gracia de Dios, no de traer a la memoria constantemente que debemos actuar de cierta manera. La obra que Dios realiza en nosotros es confiable y permanente. Cuando El la termine, no sólo recibiremos gracia y fortaleza en nuestro hombre interior; sino que el hombre exterior, el cual era un obstáculo que entorpecía Su Palabra, Su propósito y Su presencia, será totalmente quebrantado. Antes de este quebrantamiento, el hombre exterior no estaba en armonía con el hombre interior, pero al ser quebrantado, se postrará con temor y temblor; se rendirá ante el Señor y no volverá a presentar rivalidad con el hombre interior.
Todos los creyentes necesitamos que el Señor nos quebrante. Si damos una mirada retrospectiva a nuestra vida, nos daremos cuenta de que todo lo que el Señor ha realizado en nosotros es muy significativo. Veremos que El ha ido eliminando minuciosamente cada una de nuestras debilidades, quebrantando sin cesar la corteza que nos rodea y derribando nuestra suficiencia, nuestra necedad y nuestro egoísmo.
Espero que todos los hijos de Dios puedan ver el significado y la importancia de la disciplina del Espíritu Santo. Dios quiere que reconozcamos que por mucho tiempo nuestra condición ha sido de pobreza, rebeldía, equivocación, tinieblas, autosuficiencia, orgullo y arrogancia.

Pero ahora que sabemos que la mano del Señor está sobre nosotros para quebrantarnos, debemos entregarle nuestra vida incondicionalmente y sin reservas, y orar para que la obra de quebrantamiento siga adelante en nosotros. Hermanos y hermanas, el hombre exterior debe ser quebrantado. No traten de evitar su demolición ni traten de edificar su hombre interior, pues mientras presten la atención debida a la obra del quebrantamiento, espontáneamente la obra de edificación se realizará.

La liberación del espíritu, secciones:

Capitulo 1 Capitulo 2
Capitulo 3 Capitulo 4
Capitulo 5 Capitulo 6
Capitulo 7 Capitulo 8
Capitulo 9 Estudios bíblicos

« Crecimiento Espiritual